John May (Eddie Marsan) es un funcionario londinense municipal,
bondadoso y humilde, cuyo consiste en encontrar a los familiares de los que han
muerto solos. Es un tipo meticuloso hasta la obsesión y su solitaria vida es rutinaria
y pacífica. Él mismo se encarga de los funerales de los finados cuando no
encuentra a nadie que se haga cargo de ellos y, de alguna manera, los “adopta”
como propios y procura darles un servicio fúnebre lleno de dignidad, escogiendo
la tumba, la música, etc.
Pero un día su jefe le anuncia su despido por recortes.
Involucrado todavía en su último caso, que es precisamente un vecino suyo
alcohólico, John le pide un plazo para terminarlo, y de este modo se adentra en
una aventura imprevista, acercándose a la interesante vida del fallecido y conociendo
a su hija Kelly (Joanne Froggatt) que le abre nuevos horizontes en su vida.
“Nunca es demasiado tarde”
(“Still life”) -cuya traducción al castellano no parece muy acertada- ha recibido 4 galardones en la Mostra de Venecia y otros premios
en festivales cinematográficos, entre ellos un Globo de Oro en Italia. Se trata
de una historia cotidiana, llena de humanidad, amable y sencilla, dirigida,
escrita y producida por Uberto Pasolini.
Esta producción italo-británica basada en hechos reales tiene un ritmo pausado
y tranquilo, al estilo de las últimas películas del maestro Yasujirô Ozu, según
confiesa el director, con primeros planos, detalles, repeticiones,
paralelismos… que sin embargo en ningún momento se hace pesada ni le resta un
ápice de interés. Una historia que hace pensar.
La moraleja del film, que medita sobre el doloroso tema de
la muerte en soledad y de los funerales fríos, es hacer hincapié en la crueldad
de la sociedad moderna que, incluso, dentro de una comunidad de vecinos permite
tanto el anonimato y el desinterés de unos por otros. Pero a esto Pasolini ha
añadido un desesperanzado fatalismo como para acentuar aún más el dolor del desamparo,
que hace que el espectador salga bastante frustrado del film.
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