jueves, 20 de mayo de 2010

Prince of Persia: las Arenas del Tiempo

Walt Disney y Jerry Bruckheimer, el equipo que llevó “Piratas del Caribe” a la pantalla grande, nos trae ahora esta aventura situada en la Persia del siglo VI. Dirigida por Mike Newell, director de “Harry Potter y el Cáliz de Fuego”, cuenta la historia de Dastan (Jake Gyllenhaal), un joven y rebelde príncipe, aunque de origen humilde, que tiene que huir de su país para no morir. Se ve forzado a unirse a la misteriosa y bella princesa Tamina (Gemma Arterton) para salvaguardar una antigua daga capaz de liberar las Arenas del Tiempo. La misteriosa daga, que quieren conseguir a cualquier precio los traidores, es un regalo de los dioses que tiene la capacidad de volver atrás el tiempo si se derrama de su empuñadura un poco de arena, y otorga, por ello, a su dueño el poder absoluto sobre el mundo, ya que puede cambiar los acontecimientos.

Fantasía trepidante a lo Indiana Jones, con efectos especiales de última generación en luchas y escenas de acción realmente inverosímiles, y una atmósfera mágica que se consigue con una fotografía sepia y la luz cegadora del sur de Marruecos, donde se rodó la mayor parte del film. De todo ello se obtiene una película muy Disney, una película de aventuras genuina, con traidores y hechiceros siniestros, serpientes espeluznantes, sortilegios, luchas y batallas, humor y mucho romanticismo. Y hasta una carrera de avestruces...

Un verdadero cuento a lo Aladino, que gustará mucho al público juvenil.

jueves, 13 de mayo de 2010

Robin Hood

Russell Crowe vuelve a sus orígenes, es decir, a ser un gladiator en estado puro. Porque se unen de nuevo Ridley Scott (director de Gladiator) y Russell Crowe como héroe épico de una leyenda que ha sido llevada más de treinta veces a la pantalla grande, la primera en 1913 y la última en 2006. Todo el mundo recuerda la célebre versión protagonizada por Errol Flyn en 1938 o la de Kevin Costner en 1991.

¿Héroe o forajido? La película, que inauguró el Festival de Cannes, tiene un enfoque distinto del habitual: no se centra en las aventuras del proscrito “que roba a los ricos para darlo a los pobres” en el bosque de Sherwood, sino que explica cómo un hombre de humilde cuna se convierte en un símbolo de libertad para su pueblo y narra la razón de su ostracismo. Y en este sentido es un acierto, porque no es más de lo mismo.

El contexto histórico es la Inglaterra de principios del siglo XIII. Robin Longstride es un experto arquero al servicio del rey Ricardo Corazón de León, que vuelve de la Tercera Cruzada. Al morir el rey en el asedio a un castillo en Francia, Robin vuelve a Nottingham, una ciudad aplastada por los impuestos. Allí se enamora de lady Marion Loxley (Cate Blanchett), señora del lugar, al hacerse pasar por su marido, ya muerto, para que ésta no pierda sus posesiones. Pero comienza una guerra civil entre los partidarios del tiránico rey Juan y los nobles, que desean una monarquía regida por una Carta Magna que les garantice una cierta protección legal. Francia, además, intenta conquistar los territorios británicos al ver la debilidad y la ineptitud del nuevo rey. Robin se verá inmerso en estas luchas y sufre en sus carnes la venganza del rey.

La película, de Universal Pictures, tiene mucha acción, una fotografía y un movimiento de cámaras extraordinarios en las impresionantes escenas bélicas y una puesta en escena grandiosa, con atmósferas realistas y paisajes maravillosos rodados en Gales. El carcaj y las flechas cobran gran protagonismo, como el espectacular “vuelo” a cámara lenta de la saeta crucial que dispara Robin Hood en una de las escenas finales. Los compañeros de Robin, los merry men y el célebre fraile borrachín, son tratados con humor, y el personaje de Lady Marion, interpretado por Cate Blanchett, no se trata de una débil doncella, sino de una mujer con fuerte personalidad pese a la escuálida y pálida figura de la actriz, que recuerda mucho a la etérea Galadriel de “El Señor de los Anillos”.

Es una excelente película de principio a fin, muy visual, con un guión correcto (quizás con demasiadas explicaciones en off al principio), inscrita en un cuadro deslumbrante que parece trasladarnos totalmente al siglo XIII. Contiene bastante violencia, pero no es sangrienta ni desagradable. Para jóvenes/adultos.

lunes, 3 de mayo de 2010

El Pastel de Bodas

Bérengère (Clémence Poésy) y Vincent (Jérémie Renier) se casan según dicta la tradición de la buena sociedad burguesa: de blanco y de etiqueta, en una pequeña iglesia en la campiña francesa y lo celebran en un magnífico chateau por todo lo alto. Siguiendo la costumbre, ambas familias y los amigos se encuentran en un bonito día de primavera. Pero enseguida se pone de manifiesto la forma de ser de cada uno, sus contradicciones, sus problemas, sus fobias y las relaciones difíciles entre unos y otros, incluso con momentos muy tensos y situaciones surrealistas. Además, durante la fiesta se descubrirá un grave secreto familiar que a todos trastorna.

En esta comedia de corte romántico, pero llena de un humor tremendamente ácido, el director francés Denys Granier-Deferre hace hincapié en la hipocresía de cierta sociedad que sigue ciegamente las costumbres sin creer ni poner el corazón en ellas. Y en ese aspecto estoy de acuerdo con esta crítica.

Sin embargo, las relaciones amorosas entre los personajes y especialmente todo lo que se refiere al matrimonio eclesiástico, está imbuido de mucho desencanto y crítica descarnada. Mucha gente se casa “por la iglesia” por lo lucida que es la ceremonia, sin creer en el sacramento ni en el compromiso de fidelidad que está adoptando de por vida. Hay momentos en que arranca la carcajada por lo bien que refleja este fenómeno social tan actual del boato sin alma.

Al ser una producción coral, los personajes están hábilmente dibujados, aunque tengan “pocas frases”, cada uno con su drama particular y sus prejuicios, como en el caso de la niña con Síndrome de Down. Lo que no se entiende bien es la actitud contradictoria del sacerdote, entre sus creencias, bastante rutinarias por cierto, y su modo de actuar: no tiene ningún sentido, y sin embargo, lo pintan como el elemento más humano.

Toda la película se inscribe en un marco de gran elegancia visual, de bellos planos, con un montaje sereno y una música llena de contrastes, de un clasicismo refinado, que a veces no “pega” con lo que está pasando, intentando llevar al desconcierto. Por ejemplo, la música es alegre cuando los personajes están tristes, y viceversa.

Es una película para adultos por la complejidad de los matices que narra.