miércoles, 27 de enero de 2010

Tiana y el Sapo


En la línea de los más famosos cuentos de hadas Disney, “Tiana y el sapo” es una excelente historia de dibujos tradicionales, con animación hecha a mano y de corte clásico: princesas, magia, amor verdadero y mucha música. No obstante, todo está lleno de giros actuales que le da gracia al argumento.

Esta vez la nueva aventura se sitúa en Nueva Orleans, en los años treinta. Tiana, una joven de color, realista y tenaz, trabaja duramente como camarera y sueña con ser dueña de un restaurante. Un día se encuentra metida en un embrollo junto a un apuesto príncipe convertido en sapo a causa de un encantamiento. Éste quiere desesperadamente recuperar su forma humana, pero un beso complicará las cosas y les lleva en una divertida odisea a través de los paisajes misteriosos de Luisiana y las orillas del río Mississippi, donde encuentran nuevos amigos: un simpático y bonachón cocodrilo amante del jazz y una sentimental luciérnaga. Pero tendrán que vérselas con el malvado mago Facilier.

Todo recuerda a otras muchas películas Disney, con muchos elementos de “La Sirenita”, “Aladdin”, “El libro de la selva” y “La bella y la bestia”. No en vano sus realizadores han sido John Musker y Ron Clements, responsables también de las mencionadas producciones. El oscarizado compositor de Nueva Orleans, Randy Newman, que ha participado también en la música de “Toy Story”, “Bichos”, “Monstruos SA.” y “Cars”, ha compuesto la impresionante banda sonora y las canciones, a base de blues, jazz, góspel y zydeco (la música de los criollos de Luisiana). Las canciones en castellano están interpretadas por Macaco, Omara Portuondo, Alex Ubago, King África, Javier Gurruchaga, Chila Lynn y José María Guzmán.

La película gustará a todos. Es entretenida y espectacular, aunque quizás se enreda demasiado en escenas accesorias para alargar la historia, pero tanto los personajes como la ambientación son brillantes, divertidos y muy imaginativos.

lunes, 25 de enero de 2010

Krabat y el molino del diablo


La película está basada en una antigua leyenda popular serbia, concretamente de la Bohemia septentrional, en la que el escritor alemán Otfried Preussler se inspiró para escribir la novela “Krabat y el molino del diablo”, un bestseller de la literatura europea.

El relato se ubica en el siglo XVII, en plena Guerra de los Treinta Años. Un chico huérfano, Krabat, vaga por los pueblos mendigando hasta que llega a un misterioso molino gestionado por un inquietante personaje, el Maestro, y sus doce ayudantes, que le ofrecen un lugar donde vivir y comida caliente a cambio de trabajo. Poco a poco Krabat va descubriendo un terrible secreto: el molino es, en realidad, una escuela de magia negra y el molinero está confabulado con poderes satánicos. Krabat es iniciado, como los demás, en las artes diabólicas pero se da cuenta de que al final de cada año uno de ellos debe morir para mantener joven al maestro. Cuando muere su mejor amigo, Tonda, intenta huir, pero ya no tiene escapatoria y no le queda otra opción que rebelarse, junto a la joven Kantorka, que le ayuda en su cometido por el amor que ambos se profesan.

El film, dirigido por Marco Kreuzpaintner y rodado en un valle solitario de los Cárpatos (Rumanía), está protagonizado por David Kross (Krabat), Daniel Brühl (el Maestro), Christian Redl (Tonda) y Paula Kalenberg (Kantorka), quienes logran impregnar la historia de una tenebrosidad inquietante, facilitada por una fotografía de claroscuros que influye mucho en lo siniestro de las escenas. Buenos efectos especiales en las claves, ya tópicas, de las narraciones de magia negra: figuras siniestras, cuervos, noches sin luna, muerte, sortilegios.

No obstante, se ha sintetizado demasiado una historia tan compleja, difícil de traducir al lenguaje cinematográfico, por lo que muchos de los enigmas quedan sin explicación, incluso aunque una voz en off trate de dar razones. De forma paralela, se plantea el amor que purifica, la amistad que une, la cruz que se opone al diablo y el poder de la voluntad como arma para vencer a las tinieblas de una forma un poco simplista.

La película va dirigida a un público juvenil, y es de agradecer que no haya escenas especialmente desagradables ni sangrientas, pero resulta una historia que pesa mucho y cuyo final no queda redondo ni del todo claro.

lunes, 11 de enero de 2010

Amerrika


Deliciosa película, llena de ternura a pesar de que no trata de disfrazar las dificultades de la vida real. Es una historia que conocen bien muchos inmigrantes que llegan a Norteamérica en busca de una vida mejor. Como ocurre con tanta frecuencia, sienten nostalgia del hogar, al tiempo que se esfuerzan por encajar y encontrar un sentido de pertenencia en su nuevo país.

La película se basa a grandes rasgos en la experiencia de la directora y guionista Cherien Dabis y su familia palestino/jordana. Los protagonistas son Muna (Nisreen Faour), una mujer cuarentona, abandonada por su marido, que desea para su hijo Fadi (Melkar Muallem) una vida mejor que la que tienen en Belén. Todo cambia cuando Muna y Fadi obtienen un permiso de trabajo y residencia en Estados Unidos, y allá que se van prácticamente con lo puesto a casa de la hermana de Muna, que vive en Illinois con su marido y sus tres hijos. Allí tendrán que esforzarse por encajar en una nueva cultura sin perder la propia, enfrentándose a un ambiente ubicado justo después de la invasión de Irak y la detención de Sadam Hussein, y a la desconfianza con que casi todo el mundo mira lo proveniente del mundo árabe.

Muna sólo consigue trabajo en una hamburguesería, a pesar de sus dos licenciaturas y su gran experiencia en temas bancarios. Mientras, Fadi se mete en líos en el instituto. Pero la indomable y dulce Muna no pierde la esperanza afrontando con optimismo esta nueva etapa y tratando de formar a su hijo en un ambiente difícil para ambos.

La parte palestina fue rodada en Ramallah y la parte americana en una zona rural de Canadá. Contada con estilo sencillo, con un montaje y un movimiento de cámara lleno de naturalidad y un sonido espectacular, se nutre de muchos pequeños acontecimientos cotidianos, como la tediosa vida en Palestina, los fatigosos controles en el aeropuerto o la larga y vana búsqueda de trabajo. Quizás se le puede reprochar que es algo maniquea en el trato de la psicosis antiárabe norteamericana, comprensible por otra parte tras el 11-S. Pero no deja de ser una interesante aportación intercultural –enriquecido con el personaje del profesor judío- que ha cosechado algunos premios.

La recomiendo vivamente. Para todos los públicos, aunque preferentemente a partir de 14 años.